miércoles, 17 de febrero de 2010


POLLITOS NEGROS

El aula era gigantesca. Los pupitres eran de un color verdoso que no se parecía a nada. Era ese color verde pupitre de escuela fiscal de país sudamericano. Sobre un pizarrón, de color verde pizarrón, colgaba un escudo nacional. Junto al escudo, un cuadro con varias letras indescifrables para Arturo Félix. Aún no había cumplido los seis años y estaba sentado en esos pupitres que olían a pintura, con una hoja blanca y limpia bajo su cara.

Frente a él, y con cara de buena gente, había una mujer de piel oscura, seguramente es la profesora, pensó Arturo Félix, mientras sostenía el lápiz amarillo con su mano derecha.

Justo a su izquierda había un niño de cabello oscuro. Sostenía varios lápices de colores en su mano derecha y con la izquierda pintaba rápidamente la hoja en blanco. La misma hoja que continuaba virgen ante la mirada desconcertada de Arturo. La mujer se acercó lentamente, sus manos tenían una textura como si hace poco hubiera lavado ropa. Arturo reconocía fácilmente ese tipo de mano, porque Mariles, la chica que lo cuidaba, siempre lo cargaba con esas manos frías y húmedas. Con esas mismas manos negras y grandes, hace tan solo tres años, Mariles había limpiado el trasero de Arturo.

La mujer espió la hoja.

- ¿Qué pasa mijito, no te gusta pintar?

Arturo no dijo nada. Se concentró en los dibujos de pollitos y vaquitas con cara de estúpidas, impresas en su examen para entrar a primer grado.

 

- Bueno, dijo la profesora, haga rapidito que no tiene todo el día mijito.

Arturo vio la vaca. Tenía en su lomo varias formas y no entendió porqué. En Santiagillo, de donde era la Mariles, había visto dos vacas y las dos eran negras. Tomó en su mano derecha la pintura negra y con mucho cuidado pintó la vaca. Intentó no salirse de las líneas como le había enseñado la Señorita Esther en la Guardería. Lo logró parcialmente, unas pequeñas manchas se cruzaron los límites de las líneas. No quedó tan mal, pensó.

Con la vaca terminada pasó a los pollitos. Eran cuatro. Estaban dibujados con la cabeza gacha, como si trataran de picotear algo en un suelo que no había sido dibujado. Arturo se imaginó que los pollitos estaban volando. Flotaban en el blanco de su hoja, flotaban en el aula, planeaban bajo los pupitres, picoteaban los focos que colgaban del techo. Uno de los pollitos pasó justo frente a la profesora y desapareció.

-Concéntrate Mijito, la había dicho su madre, alzando pelito mijito, que sino entras a esta escuela estamos fregados.

Arturo se puso serio, de su bolsillo sacó una estampa del Diviño Niño. La apretó fuerte, él lo ayudaría, él y su grandes manos extendidas, él y su cabello rubio y rizado.

Sus manos se volvieron locas, se juntaron a su cerebro, que bien me está quedando, pensaba Arturo, seguro que está bien, seguro que entro a la escuela.

-Bueno niños, dejen las pinturas, párense rectito y salgan despacito y uno por uno.

Ito, ito, ito. Arturo salió sonriente. Rapidito. Pensando en los pollitos que había pintado con tanta precisión, en que no se había salido ni una línea, ni una sola.

Al otro día, él estaba parado junto a su madre en un corredor de la escuela. Su nombre estaba marcado con un resaltador rosado.

ARTURO FÉLIX – REPROBADO - FAVOR ACERCARSE A LA DIRECCIÓN.

La madre de Arturo sintió vergüenza. Apretó la mano de su hijo con violencia. Arturo dejó que el dolor lo castigue, se lo merecía, pensaba, a la final, si se había salido una que otra línea.

Su madre entró sonreída a la dirección. La directora esperaba sentada en una gran silla café. Sobre su cabeza un escudo de un metro por cincuenta centímetros combinaba con su terno amarillo Patria.

Siéntese señora por favor, ordenó la Directora, mientras sacaba de su escritorio el examen de Arturo. Tomó la hoja con gesto de repugnancia y la puso frente a la madre.

- Mi estimada señora, alzó la voz la Directora, disculpe que le pregunte esto, pero ¿cómo es la relación que llevan ustedes los padres con el niño?

La madre de Arturo respondió instantáneamente, como empujada por un instinto de leona herida.

- Bien, dijo, normal, como toda familia.

- Bueno, pues, el examen de su hijo no me dice eso. Mire nomás.

Las vacas de carbón y los pollitos pintados de negro se abalanzaron a los ojos de la madre que regresó a ver a Arturo con una interrogante en las cejas.

- Lo que esta hoja me dice a mi y a la psicóloga de esta institución, es que su hijo tiene problemas serios, que si no son corregidos a tiempo, le darán serios problemas en el futuro. De hecho no descarto problemas con el alcohol, hurto e incluso dependencia a sustancias ilegales.

La madre sintió una patada en el orgullo, en el apellido, en toda la familia.

- Me disculpa señorita Directora, dijo la madre, pero no creo que sea para tanto, no se, quizás… Arturito, mijo, porqué le pintó así a los animalitos, así, negros, mijito?

Arturo Félix no dijo nada. La madre lo sacudió del brazo, nada, el silencio olió a alfombra de cuarto de Dirección de Escuela fiscal.

La Directora sonrió. Ve lo que le digo señora, su hijo tiene serios problemas de comunicación y de adaptación a su entorno, y no le digo yo, lo dice la psicóloga de la Institución. Por el bien de nuestros niños y de su hijo, me duele decirle que Arturo no puede ingresar a esta prestigiosa institución.

La madre agradeció la atención. Tomó a Arturo de la mano y salieron juntos a la calle de la Escuela. Miró a su hijo. Arturo miró a su madre. No se dijeron nada en el bus ni en las tres cuadras que caminaros desde la parada hasta la casa.

Cuando llegaron, la madre le dijo a Arturo que se lave las manos, que ya le calentaba la comida.

Arturo se sentó en la mesa y miró la sopa. Una sopa de chorizo con arroz que le producía vómito. Poco a poco, cuando su madre no lo veía, se guardó los dos pedazos de chorizo rojizo en el bolsillo, y tragó la sopa con dolor.

domingo, 3 de enero de 2010

CANCIÓN BENDICIÓN

- Bienvenidos a su  programa “El Refugio de las Almas”, esta tarde de agosto es un día especial, ¿porqué? Porque estamos vivos gracias a Papito Dios. Nuestro padre misericordioso, nuestro Padre amado que todos los días nos mira desde lo alto y nos cubre con sus bendiciones. Mis amigos y amigas, nuestras líneas están abiertas para que juntos podamos orar por su ser amado, por su amigo, amiga, hermano, pariente que necesite la bendiciones de Papito. Nosotros trabajaremos como el enlace entre usted, su bendición y el Todopoderoso.

Tenemos la primera llamada. Mis bendiciones amigo o amiga. ¿Con quién tengo el gusto?

- Buenas tardes mi Dolorita querida. Que lindo poder contactarme con usted.

- Para mi y para el padre Celestial es un gusto que usted nos brinde su llamada. ¿Cómo está?

- Bien, gracias a las bendiciones de nuestro señor Jesús.

- Bendito sea Dios por su comunicación. Díganos mi amigo. Por quien desea que intercedamos.

- Bueno, verá, es mi mujer. Ella se aburre de Dios verá, no le gusta que le lea la biblia, se reniega cuando le hablo de nuestro Señor, que para qué, me dice, qué cómo así, que si Dios existiera ya…

- Cuénteme amigo, cuál es su nombre.

- Antonio, mi Dolorita, Antonio Amaya… Vea, no se qué hacer.

- Tranquilo mi Don Antonio. No se imagina cómo me alegra su llamada. Lo que usted hace es un acto de amor, tratar de hacerle entender la obra de Dios a su esposa, tratar de conciliar su corazón con la del creador es una obra de amor que ella, tarde o temprano, se dará cuenta mi Don Antonio. A ver, oremos juntos.

Mi Papito lindo. Te rogamos señor que tu luz, generosa de amor por el prójimo, caiga de manera perpendicular hacia la esposa de don Antonio. Nosotros sabemos que es buena Señor, sabemos que solo se ha ido a un costado de tu palabra Señor, pero con la ayuda de Antonio, su amado y sacrificado esposo, quien se ha convertido en un Barón de Dios, regrese al camino Señor. Tendemos nuestras manos mi Padrecito, para que la señora… ¿Cuál es el nombre de su esposa Antonio?

- ¿Cómo?

- ¿Que cuál es el nombre de su esposa?

- Ah… Leticia. Leticia Farinango

- Para que Leticia, Papacito, regrese a tu Gloria mi Dios. En tu nombre mi santo Padre.

- Amén. Chuta oiga. Disculpe que me ponga así. Gracias mi Dolorita querida. Dios quiera que Dios haya escuchado su intervención. Dios le pague.

- Que así sea Antonio. Agradecemos su llamada. Y recuerde quién está en el camino del Señor…

- Nunca vivirá en el dolor.

- Eso es. Hasta mañana. Y bueno, ahora pasamos con otra llamada. Muy buenas noches. ¿Con quién tenemos el gusto?

- ¿Aló?

- Si buenas tardes. Cuéntenos.

- Buenas. Bendito sea Dios que me puedo comunicar. Dolorita, que bestia óigame, que difícil comunicarse con la radio. Ante todo felicitarle por su programa, me llena mucho, le oigo, me acuesto y duermo tranquila.

- Que bueno escuchar eso, que bendición en realidad, que privilegio ser ese instrumento de bendición. ¿Cuál es su nombre mi señora linda?

- María Esther de Fiallos.

- Cuénteme María Esther, cómo le podemos ayudar.

- Mire mija. A una vecina, oiga, al hijito. Que dolor oiga. Pero Dios sabe como hace las cosas. Que angustia de la señora.

- Qué pasó Doña María, cuénteme

- María Esther

- Bueno, María Esther, dígame qué pasó con el hijo de su vecina.

- Ah si. Que bestia verá. Le cogen pues al guambra en la calle. Unos negros verá. Con unos monos disque estaban en complot  y dos colombianos además. Estos negros disque le han cogido al guambra, le van acuchillando. Los monos le quitan los zapatos mientras los colombianos hacían de campana. Cuando llega la policía, le preguntan a una india que ha estado de testigo y esta desgraciada dice que no ha visto nada. Yo creo que la india era de la banda oiga. Así es que el hijito de mi vecina está en el Eugenio Espejo verá. Yo quería, si no es mucha molestia, interceder por el hijito, no ve que mi vecina  está mal y no sabemos que hacer.

- No es para menos. A ver mi Señito. Rece conmigo. Mi Señor Todopoderoso…

- Mi Señor Todo Poderoso…

- Te pedimos Papito que veles por la vida de… ¿Cómo se llama el hijo de su vecina?

- ¿Cómo?

- ¿Que cómo se llama el hijo de su vecina?

- Hijue. No me acuerdo oiga. Que bestia. Es que con esto del susto, el llanto de la vecina, no me dejaron entrar al hospital a verle al guagua, no ve que por eso de la gripe porcina no dejan entrar a nadie.

- No se preocupe Doña María.

- Esther, mijita, María Esther.

- No se preocupe María Esther. Dios nos ve a todos, no es necesario saber el nombre. El está justo ahora con el hijito de su vecina.

- Ah bueno. ¿Si, no?

- Claro. Oremos. Repita después de mi. Amado Papá, hoy que tu hijo te necesita…

- Amado Papá hoy que… Dolorita?

- Dígame

- ¿Segura que nuestro señor escucha los rezos? Porque sino le decimos el nombre cómo pues hijita.

- Nuestro padre Santo está en todas partes mi querida María Esther

- Es que no pues, yo creo que si no oramos con el nombre no vale pues. Y ahí si para qué orar. De gana. Mejor le llamo en un ratito y averiguo bien el nombre.

- No mi Señora. Mire. Papito Dios nos escucha en cualquier parte, incluso en nuestros silencios.

- Si usted dice no, pero para mi que...

- Lastimosamente se ha cortado la llamada. Con todo, mandamos un grito de guerra para que nuestro Padre Celestial envíe bendiciones al hijo de la vecina de la Señora María. Clamamos por esas bendiciones. Ahora nos vamos a una pequeña pausa no sin antes anunciarles que ya está abierto el nuevo local de nuestra hermana Isabela Tamayo, el nombre del local es “Canción Bendición”, el nuevo Karaoke de música Cristiana. Está ubicado en la 12 de Octubre y Reina Victoria. No se olvide, si quiere pasar momentos sanos y agradables junto a las mejores canciones de Rock Pop, Rap, Hip Hop y Salsa Cristina, no deje de visitar “Canción Bendición” Ya regresamos.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

PONTES

Por su estómago pasó la misma sensación de siempre. Una especie de tingazo, de coscachos estomacales. Es que eso de ser clase media le jodía mucho, eso de no ser ni blanco ni indio le jodía mucho. Saberse estúpido, sin profesión. No tenía barba, algunos pelos que se los quitaba con una razuradora rosada. Caminaba mucho, solo cuando no hacía mucho sol, solo cuando no llovía. Le jodían las mitades pero el era una mitad. Un mestizo mental. Un acostumbrado a decir “me da igual”, “has lo que quieras”, “ese no es mi problema”

Las cosas no le iban bien. Saltaba de universidad en universidad. Entre esos saltos se pegaba unas borracheras fantasmales. El chuchaqui era su estado habitual. ¿Dónde chucha estoy? se había convertido en su pregunta favorita. La respuesta casi siempre era la misma. En mi cuarto, estoy en mi cuarto. Olía la comida de su madre. Se despertaba sin abrir los ojos, preguntando, preguntándose. Escuchaba chanclas golpear en el piso, tenedores raspando ollas, sus ojos seguían cerrados, perros ladraban, carros pasaban con lentitud afuera de su ventana.

Alguna vez se despertó con los ojos cerrados y no olió la comida de su madre. Sintió el sol en su cara, las llantas de los autos rozando sus orejas. Sintió su entrepierna y sus piernas mojadas. Abrió los ojos y vio un suelo plomo. Se había cagado. Era como si hubiera abierto una manguera que no dejó de lanzar mierda toda la madrugada.

Las cosas eran de ese modo, emborracharse con conocidos o desconocidos, abrazarlos sin razón, de vez en cuando besarlos, sentir lenguas masculinas y femeninas en su garganta, lo más adentro posible pedía, con la mayor pasión, como en película de las doce de la noche.

A veces iba a obras teatro gratuitas, otras veces iba a dormir a iglesias, los jueves, solo por gusto, robaba chicles en Supermercados.

Las cosas siguieron siendo de ese modo hasta que conoció una mujer en una biblioteca universitaria. Hablaron de Bukowski y se sintieron inteligentes el uno con el otro, se sintieron escuchados. Él pensó que ella no era muy bonita pero en todo caso tenía grandes senos, ella pensó que él no era muy guapo pero en todo caso era mejor que estar sola en una ciudad desconocida.

Se acostaron. El se deprimía siempre después de 27 minutos exactos de cuerpo. Se sentía niño, con ganas de ver a su madre, de abrazarla un momento. Ella olía raro, como a medicina, quizás por eso se deprimía, porque su padre había trabajado toda la vida en una farmacéutica. Por las noches llegaba bañado en ese olor insoportable a farmacia.

Se emborrachaban juntos. Hablaban durante horas de películas a blanco y negro. Imitaban a Cantiflas. A veces se leían frases de libros que él subrayaba y que ella anotaba en un cuaderno de hojas blancas, pasta dura y un elástico que parecía sostener las palabras.

Ninguno era muy genial. Unos mediocres sudamericanos con ganas de tirar, emborracharse, ver películas y leer libros de autores poco conocidos.

Se vieron durante seis meses. Ella lo dejó. Hastiada de sus constantes paranoias y su seguridad de tener dos personalidades.

Lo último que él oyó decir de ella fueron insultos.

- Loco hijo de puta, si me vuelves a llamar traigo a mis amigos de Riobamba y hago que te maten.

Nunca más la llamó. Por un tiempo, después de esa llamada, el continuó escribiéndole mails que contaban su historia con personajes cambiados. Se inventó nombres, un mundo nuevo tratando de hacerla recordar los buenos tiempos. No sirvió de nada. Todo los meses pasados fueron destruidos es su cuarto pequeño.

Esa vez, ella vestían una blusa blanca y transparente que dejaba ver su sostén negro y gastado. Una falda caía sobre sus piernas flacas y sus escaso trasero de serrana. Siempre había culpado este hecho a sus raíces indígenas. Si tan solo hubiera sacado el trasero de mi tía mona, se decía frente al espejo, desnuda, viendo ese trasero flaco, blanco y plano.

El cuarto estaba lleno de papeles pegados en la pared con cinta adhesiva amarilla, con taipe, con chicles, con clavos. Los papeles blancos llevaban escrito frases a mano con letra a veces inentendible.

Ella se quedó en silencio. Leyó algunas frases:

No soy un hombre soy dinamita. Nietsche

La única disculpa de Dios es que no existe. Stendhal

Por un momento sintió miedo. Ese tipo extraño que ahora la veía y que metía su pene en su vagina casi cuatro veces por semana parecía una hoja de papel demasiado rayada, como si tuviera mucha tinta en la cabeza.

- Y? Preguntó él. Te gusta mi cuarto?

Ella siguió caminando, leyendo las frases.

El alacrán clavándose el aguijón, harto de ser un alacrán pero necesitado de alacranidad para acabar con el alacrán. Cortázar

Estás medio loco, le dijo. El rió. Se sintió importante y particular. Oye, escupió casi sin pensar. Con quién te acostarías, con tu papá o con tu hermano. Ella se puso seria. Y porqué chucha me acostaría con mi papá o mi hermano, reclamó.

- No se pues, si no tienes otra opción, si te dan a elegir, ponte que si no te acuestas con tu viejo o tu hermano te matan a vos y a toda tu familia.

- Me joden los Pontes, dijo ella, típica quiteñada cojuda de andar suponiendo pendejadas que no pueden pasar.

- Lárgate, dijo él, si no me respondes te largas y mejor ni te asomes.

- Eres un loco hijo de puta, casi gritó. Salió del cuarto cerrando la puerta con suavidad

PODRIDO

Nació sola, sus mejilla rozaron una vagina que nunca volvería a ver. Lucrecia nunca supo si esa vagina era grande o pequeña, si esa vagina tenía un cuerpo al que podía llamar mamá. Cuando salió le dijeron no. No gracias, no quiero una bailarina con cachitos y zapatos de muñeca, mejor tome monjita, quédese con la guagua que aunque haya estado en mi útero, no la siento mía. Fue un error, de esos que uno podría arrepentirse toda la vida pero que estamos a tiempo de arreglarlo. Y lo arreglo dándole a usted, usted que es mas o menos la esposa de Dios, tenga, no sea malita. Esta niña ya no es mía, se la regalo.

La monja la tomó en sus brazos. Y ahora, se preguntó. No consultó a nadie y sacó del hspital a la rechazada a quien llamó Lucrecia. Porqué Lucrecia? La monja no sabía, solo le vino a la cabeza. Ni su nombre significaba nada.

Lucrecia fue entregada a una vieja solterona. Esta vieja de cuarenta años tenía la cara fruncida, el útero deshabitado, a pesar de su cara marcada por las arrugas lanzaba constantemente carcajadas que parecían una mala imitación de ópera.

La vieja vio por mucho tiempo a Lucrecia mientras la monja la sostenía como a una pieza de pan largo. Los ojos de la niña estaban cerrados como puños rabiosos, la cara llena de diminutos pelos, la nariz era roja y grasosa, con pequeños granitos que daban a Lucrecia un aspecto grotesco.

La vieja no dijo nada a la monja, la monja no dijo nada a la vieja. Sabían como era el negocio, ya lo habían hablado hace años. Los tobillos grandes y blancos de la vieja se movieron dentro de la casa, de un bolso verde y grande sacó un fajo de billetes morados y rojizos.

Tenga, le dijo la vieja, mañana le doy el resto. La monja lloró y entregó a la niña. Oiga, no le dirá a nadie, esta platita de todos modos va a Dios, dijo la monja. No me venga con mierdas religiosas, le dijo la vieja, y mejor rece porque lo que hizo no tiene perdón de Dios, de su Dios. La monja lanzó una especie de grito y se fue corriendo con el dinero en su mano.

La niña era horrible, desnuda parecía un bebé de simio, un gorila andino. La vieja la miró otra vez, con cara de asco, mientras Lucrecia lanzaba el primer llanto a los oídos de la vieja.

La niña creció, su fealdad disminuyó, pero los pelos en todo el cuerpo no, hablaba arrastrando las erres, era zurda pero la vieja la obligó a escribir con la derecha. A los ocho años, Lucrecia vio a la vieja gimiendo con los ojos cerrados mientras un hombre gordo la penetraba. A los diez años un amigo del barrio la tocó por primera vez entre las piernas con un muñeco de juguete de quince centímetros, a los doce años sintió cierto placer al frotar su peludo cuerpo sobre una almohada.

Se enamoró por primera vez a los catorce años. Cada vez que veía al chico le daban náuseas, su estómago saltaba y ella era feliz mientras el la besaba el cuello y le dejaba manchas moradas que debía ocultar con bufandas. Cuando el adolescente la dejó, sintió la muerte por primera vez, se quedó en silencio en su cuarto mientras la vieja golpeaba la puerta con violencia.

A los diez y ocho años, tres días después de graduarse conoció  a Alex en una fiesta. A las tres semanas de la fiesta ella estaba acostada y desnuda en la casa de Alex quien veía su vagina con asco, Alex cerró los ojos todo el tiempo, Lucrecia despedía un olor a podrido, como si su vagina estuviera muerta hace mucho.

Se siguieron viendo. Alex se acostumbró al olor de Lucrecia. Se acostumbraron, se casaron, Lucrecia se embarazó, Alex la engañó siete veces durante el embarazo de Lucrecia. Lucrecia lo engañó cuatro veces en los siguientes veinte años.

Ahora Lucrecia vive sola, la vieja murió el día de su graduación. Lucrecia sigue pensando que tiene la nariz igualita a su madre.

domingo, 16 de agosto de 2009

ECUATORIANO

Estación de bus – Asunción. Paraguay

Buenas Tardes, disculpe, necesito hacer una llamada a Ecuador, dije amablemente a una joven paraguaya, de ojos negros y cabello negro.

Ecuador? preguntó la joven. Si, dije, a Ecuador. La joven agachó la cabeza un rato. Ecuador está cerca de Estados Unidos, verdad?

 

Aula de clases – Rieti. Italia

A ver chicos, dijo el profesor, quién sabe que significa Filosofía. El aula se quedó en silencio por un momento. El profesor insistió y lanzó la pregunta nuevamente. Qué pasa, nadie sabe de donde viene la palabra Filosofía, reclamó a los estudiantes con aire femenino.

Se alzó una mano. Filos significa amor y Sofos sabiduría, dijo un joven con acento extranjero, osea, Amor a la Sabiduría.

Inmediatamente el profesor reclamó a sus estudiantes. No les da vergüenza, si hasta el ecuatoriano sabe.

 

Panamericana Sur. Chile

Estaba demasiado sucio. En Bolivia había conseguido una diarrea gigantesca que me acompañaba todo el tiempo y hacía que bote mis calzoncillos todos los días. No tenía donde lavarlos y guardarlos hubiera hecho el viaje mucho más incómodo.

Comía y vomitaba. Mi compañera de viaje recogía conchas en la playa. Yo vomitando. Larguémonos de aquí, casi supliqué, jalemos dedo, ya larguémonos de aquí.

Caminamos con la casa en hombres. Dos mochilas, una en la espalda otra en el pecho. Alzamos el dedo gordo varias veces, durante seis horas. Un camionero joven y silencioso paró su trailler y nos llevó de mala gana.

De donde son, preguntó. Yo soy italiana, dijo mi compañera. Yo soy ecuatoriano, dije. Sentí que había respondido a esa pregunta cientos de veces en el último mes. Me di cuenta que mi nombre no importaba, que a la gente le interesaba primero saber de donde eras, no cómo te llamabas.

- Ecuatoriano? Si, dije, por?

- El chileno sonrió. Tu país anda bien jodido po huevón, si ahorita nomá andan botando a otro presidente.

- Ah cierto, dije, si leí algo, pero no estoy bien enterado.

- Esos indios de tu país son de pocas pulgas, no?

No tenía ganas de hablar. Sentí que la diarrea volvía. Sentí que si no apretaba bien el trasero haría pasar un mal rato a la italiana y al camionero. Cerré los ojos pensando y apoyé la cabeza en la ventana. La carretera era enorme. Mi cabeza no rebotaba en el parabrisas. Cuando abría los ojos veía el desierto, pensaba en la diarrea, en Ecuador y un nuevo presidente. Todo tan lejano.

 

Tienda. Carretera entre Neuquén y Bahía Blanca. Argentina

Buenas, dije en voz alta. Un argentino viejo estaba en el mostrador de la tienda. Una vieja canosa, que seguramente era su esposa, movía una latas.

- En que te puedo ashudar, dijo el viejo.

- Me da cuatro plátanos por favor.

- Cuatro qué? Rió el viejo. La vieja se acercó lentamente con una lata de duraznos en la mano.

- Cuatro plátanos, repetí yo, con la sonrisa de extranjero simpático e inofensivo que había practicado por tres meses.

- No pibe, no se shaman plátanos, se shaman bananas, sos mexicano?

- No, respondí, soy ecuatoriano. Deme cuatro bananas entonces.

La vieja me quedó viendo. Tenía la misma sonrisita cojuda del viejo. Y que hacés por acá, me preguntó la vieja.

- Estoy yendo a Bueno Aires. Conociendo.

- Así, por conocer nomás?

- Si, dije a secas.

Me dieron mis cuatro bananas y me fui. Mientras caminaba vi la marca de las bananas. Eran ecuatorianas. Viejo pendejo, pensé, se llaman plátanos, son ecuatorianos.