miércoles, 9 de septiembre de 2009

PONTES

Por su estómago pasó la misma sensación de siempre. Una especie de tingazo, de coscachos estomacales. Es que eso de ser clase media le jodía mucho, eso de no ser ni blanco ni indio le jodía mucho. Saberse estúpido, sin profesión. No tenía barba, algunos pelos que se los quitaba con una razuradora rosada. Caminaba mucho, solo cuando no hacía mucho sol, solo cuando no llovía. Le jodían las mitades pero el era una mitad. Un mestizo mental. Un acostumbrado a decir “me da igual”, “has lo que quieras”, “ese no es mi problema”

Las cosas no le iban bien. Saltaba de universidad en universidad. Entre esos saltos se pegaba unas borracheras fantasmales. El chuchaqui era su estado habitual. ¿Dónde chucha estoy? se había convertido en su pregunta favorita. La respuesta casi siempre era la misma. En mi cuarto, estoy en mi cuarto. Olía la comida de su madre. Se despertaba sin abrir los ojos, preguntando, preguntándose. Escuchaba chanclas golpear en el piso, tenedores raspando ollas, sus ojos seguían cerrados, perros ladraban, carros pasaban con lentitud afuera de su ventana.

Alguna vez se despertó con los ojos cerrados y no olió la comida de su madre. Sintió el sol en su cara, las llantas de los autos rozando sus orejas. Sintió su entrepierna y sus piernas mojadas. Abrió los ojos y vio un suelo plomo. Se había cagado. Era como si hubiera abierto una manguera que no dejó de lanzar mierda toda la madrugada.

Las cosas eran de ese modo, emborracharse con conocidos o desconocidos, abrazarlos sin razón, de vez en cuando besarlos, sentir lenguas masculinas y femeninas en su garganta, lo más adentro posible pedía, con la mayor pasión, como en película de las doce de la noche.

A veces iba a obras teatro gratuitas, otras veces iba a dormir a iglesias, los jueves, solo por gusto, robaba chicles en Supermercados.

Las cosas siguieron siendo de ese modo hasta que conoció una mujer en una biblioteca universitaria. Hablaron de Bukowski y se sintieron inteligentes el uno con el otro, se sintieron escuchados. Él pensó que ella no era muy bonita pero en todo caso tenía grandes senos, ella pensó que él no era muy guapo pero en todo caso era mejor que estar sola en una ciudad desconocida.

Se acostaron. El se deprimía siempre después de 27 minutos exactos de cuerpo. Se sentía niño, con ganas de ver a su madre, de abrazarla un momento. Ella olía raro, como a medicina, quizás por eso se deprimía, porque su padre había trabajado toda la vida en una farmacéutica. Por las noches llegaba bañado en ese olor insoportable a farmacia.

Se emborrachaban juntos. Hablaban durante horas de películas a blanco y negro. Imitaban a Cantiflas. A veces se leían frases de libros que él subrayaba y que ella anotaba en un cuaderno de hojas blancas, pasta dura y un elástico que parecía sostener las palabras.

Ninguno era muy genial. Unos mediocres sudamericanos con ganas de tirar, emborracharse, ver películas y leer libros de autores poco conocidos.

Se vieron durante seis meses. Ella lo dejó. Hastiada de sus constantes paranoias y su seguridad de tener dos personalidades.

Lo último que él oyó decir de ella fueron insultos.

- Loco hijo de puta, si me vuelves a llamar traigo a mis amigos de Riobamba y hago que te maten.

Nunca más la llamó. Por un tiempo, después de esa llamada, el continuó escribiéndole mails que contaban su historia con personajes cambiados. Se inventó nombres, un mundo nuevo tratando de hacerla recordar los buenos tiempos. No sirvió de nada. Todo los meses pasados fueron destruidos es su cuarto pequeño.

Esa vez, ella vestían una blusa blanca y transparente que dejaba ver su sostén negro y gastado. Una falda caía sobre sus piernas flacas y sus escaso trasero de serrana. Siempre había culpado este hecho a sus raíces indígenas. Si tan solo hubiera sacado el trasero de mi tía mona, se decía frente al espejo, desnuda, viendo ese trasero flaco, blanco y plano.

El cuarto estaba lleno de papeles pegados en la pared con cinta adhesiva amarilla, con taipe, con chicles, con clavos. Los papeles blancos llevaban escrito frases a mano con letra a veces inentendible.

Ella se quedó en silencio. Leyó algunas frases:

No soy un hombre soy dinamita. Nietsche

La única disculpa de Dios es que no existe. Stendhal

Por un momento sintió miedo. Ese tipo extraño que ahora la veía y que metía su pene en su vagina casi cuatro veces por semana parecía una hoja de papel demasiado rayada, como si tuviera mucha tinta en la cabeza.

- Y? Preguntó él. Te gusta mi cuarto?

Ella siguió caminando, leyendo las frases.

El alacrán clavándose el aguijón, harto de ser un alacrán pero necesitado de alacranidad para acabar con el alacrán. Cortázar

Estás medio loco, le dijo. El rió. Se sintió importante y particular. Oye, escupió casi sin pensar. Con quién te acostarías, con tu papá o con tu hermano. Ella se puso seria. Y porqué chucha me acostaría con mi papá o mi hermano, reclamó.

- No se pues, si no tienes otra opción, si te dan a elegir, ponte que si no te acuestas con tu viejo o tu hermano te matan a vos y a toda tu familia.

- Me joden los Pontes, dijo ella, típica quiteñada cojuda de andar suponiendo pendejadas que no pueden pasar.

- Lárgate, dijo él, si no me respondes te largas y mejor ni te asomes.

- Eres un loco hijo de puta, casi gritó. Salió del cuarto cerrando la puerta con suavidad

1 comentario:

David Nikolalde dijo...

Feliz navidad loco!!!!
Éxitos y buena fortuna en 2010!!!