miércoles, 9 de septiembre de 2009

PODRIDO

Nació sola, sus mejilla rozaron una vagina que nunca volvería a ver. Lucrecia nunca supo si esa vagina era grande o pequeña, si esa vagina tenía un cuerpo al que podía llamar mamá. Cuando salió le dijeron no. No gracias, no quiero una bailarina con cachitos y zapatos de muñeca, mejor tome monjita, quédese con la guagua que aunque haya estado en mi útero, no la siento mía. Fue un error, de esos que uno podría arrepentirse toda la vida pero que estamos a tiempo de arreglarlo. Y lo arreglo dándole a usted, usted que es mas o menos la esposa de Dios, tenga, no sea malita. Esta niña ya no es mía, se la regalo.

La monja la tomó en sus brazos. Y ahora, se preguntó. No consultó a nadie y sacó del hspital a la rechazada a quien llamó Lucrecia. Porqué Lucrecia? La monja no sabía, solo le vino a la cabeza. Ni su nombre significaba nada.

Lucrecia fue entregada a una vieja solterona. Esta vieja de cuarenta años tenía la cara fruncida, el útero deshabitado, a pesar de su cara marcada por las arrugas lanzaba constantemente carcajadas que parecían una mala imitación de ópera.

La vieja vio por mucho tiempo a Lucrecia mientras la monja la sostenía como a una pieza de pan largo. Los ojos de la niña estaban cerrados como puños rabiosos, la cara llena de diminutos pelos, la nariz era roja y grasosa, con pequeños granitos que daban a Lucrecia un aspecto grotesco.

La vieja no dijo nada a la monja, la monja no dijo nada a la vieja. Sabían como era el negocio, ya lo habían hablado hace años. Los tobillos grandes y blancos de la vieja se movieron dentro de la casa, de un bolso verde y grande sacó un fajo de billetes morados y rojizos.

Tenga, le dijo la vieja, mañana le doy el resto. La monja lloró y entregó a la niña. Oiga, no le dirá a nadie, esta platita de todos modos va a Dios, dijo la monja. No me venga con mierdas religiosas, le dijo la vieja, y mejor rece porque lo que hizo no tiene perdón de Dios, de su Dios. La monja lanzó una especie de grito y se fue corriendo con el dinero en su mano.

La niña era horrible, desnuda parecía un bebé de simio, un gorila andino. La vieja la miró otra vez, con cara de asco, mientras Lucrecia lanzaba el primer llanto a los oídos de la vieja.

La niña creció, su fealdad disminuyó, pero los pelos en todo el cuerpo no, hablaba arrastrando las erres, era zurda pero la vieja la obligó a escribir con la derecha. A los ocho años, Lucrecia vio a la vieja gimiendo con los ojos cerrados mientras un hombre gordo la penetraba. A los diez años un amigo del barrio la tocó por primera vez entre las piernas con un muñeco de juguete de quince centímetros, a los doce años sintió cierto placer al frotar su peludo cuerpo sobre una almohada.

Se enamoró por primera vez a los catorce años. Cada vez que veía al chico le daban náuseas, su estómago saltaba y ella era feliz mientras el la besaba el cuello y le dejaba manchas moradas que debía ocultar con bufandas. Cuando el adolescente la dejó, sintió la muerte por primera vez, se quedó en silencio en su cuarto mientras la vieja golpeaba la puerta con violencia.

A los diez y ocho años, tres días después de graduarse conoció  a Alex en una fiesta. A las tres semanas de la fiesta ella estaba acostada y desnuda en la casa de Alex quien veía su vagina con asco, Alex cerró los ojos todo el tiempo, Lucrecia despedía un olor a podrido, como si su vagina estuviera muerta hace mucho.

Se siguieron viendo. Alex se acostumbró al olor de Lucrecia. Se acostumbraron, se casaron, Lucrecia se embarazó, Alex la engañó siete veces durante el embarazo de Lucrecia. Lucrecia lo engañó cuatro veces en los siguientes veinte años.

Ahora Lucrecia vive sola, la vieja murió el día de su graduación. Lucrecia sigue pensando que tiene la nariz igualita a su madre.

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