miércoles, 17 de febrero de 2010

POLLITOS NEGROS

El aula era gigantesca. Los pupitres eran de un color verdoso que no se parecía a nada. Era ese color verde pupitre de escuela fiscal de país sudamericano. Sobre un pizarrón, de color verde pizarrón, colgaba un escudo nacional. Junto al escudo, un cuadro con varias letras indescifrables para Arturo Félix. Aún no había cumplido los seis años y estaba sentado en esos pupitres que olían a pintura, con una hoja blanca y limpia bajo su cara.

Frente a él, y con cara de buena gente, había una mujer de piel oscura, seguramente es la profesora, pensó Arturo Félix, mientras sostenía el lápiz amarillo con su mano derecha.

Justo a su izquierda había un niño de cabello oscuro. Sostenía varios lápices de colores en su mano derecha y con la izquierda pintaba rápidamente la hoja en blanco. La misma hoja que continuaba virgen ante la mirada desconcertada de Arturo. La mujer se acercó lentamente, sus manos tenían una textura como si hace poco hubiera lavado ropa. Arturo reconocía fácilmente ese tipo de mano, porque Mariles, la chica que lo cuidaba, siempre lo cargaba con esas manos frías y húmedas. Con esas mismas manos negras y grandes, hace tan solo tres años, Mariles había limpiado el trasero de Arturo.

La mujer espió la hoja.

- ¿Qué pasa mijito, no te gusta pintar?

Arturo no dijo nada. Se concentró en los dibujos de pollitos y vaquitas con cara de estúpidas, impresas en su examen para entrar a primer grado.

 

- Bueno, dijo la profesora, haga rapidito que no tiene todo el día mijito.

Arturo vio la vaca. Tenía en su lomo varias formas y no entendió porqué. En Santiagillo, de donde era la Mariles, había visto dos vacas y las dos eran negras. Tomó en su mano derecha la pintura negra y con mucho cuidado pintó la vaca. Intentó no salirse de las líneas como le había enseñado la Señorita Esther en la Guardería. Lo logró parcialmente, unas pequeñas manchas se cruzaron los límites de las líneas. No quedó tan mal, pensó.

Con la vaca terminada pasó a los pollitos. Eran cuatro. Estaban dibujados con la cabeza gacha, como si trataran de picotear algo en un suelo que no había sido dibujado. Arturo se imaginó que los pollitos estaban volando. Flotaban en el blanco de su hoja, flotaban en el aula, planeaban bajo los pupitres, picoteaban los focos que colgaban del techo. Uno de los pollitos pasó justo frente a la profesora y desapareció.

-Concéntrate Mijito, la había dicho su madre, alzando pelito mijito, que sino entras a esta escuela estamos fregados.

Arturo se puso serio, de su bolsillo sacó una estampa del Diviño Niño. La apretó fuerte, él lo ayudaría, él y su grandes manos extendidas, él y su cabello rubio y rizado.

Sus manos se volvieron locas, se juntaron a su cerebro, que bien me está quedando, pensaba Arturo, seguro que está bien, seguro que entro a la escuela.

-Bueno niños, dejen las pinturas, párense rectito y salgan despacito y uno por uno.

Ito, ito, ito. Arturo salió sonriente. Rapidito. Pensando en los pollitos que había pintado con tanta precisión, en que no se había salido ni una línea, ni una sola.

Al otro día, él estaba parado junto a su madre en un corredor de la escuela. Su nombre estaba marcado con un resaltador rosado.

ARTURO FÉLIX – REPROBADO - FAVOR ACERCARSE A LA DIRECCIÓN.

La madre de Arturo sintió vergüenza. Apretó la mano de su hijo con violencia. Arturo dejó que el dolor lo castigue, se lo merecía, pensaba, a la final, si se había salido una que otra línea.

Su madre entró sonreída a la dirección. La directora esperaba sentada en una gran silla café. Sobre su cabeza un escudo de un metro por cincuenta centímetros combinaba con su terno amarillo Patria.

Siéntese señora por favor, ordenó la Directora, mientras sacaba de su escritorio el examen de Arturo. Tomó la hoja con gesto de repugnancia y la puso frente a la madre.

- Mi estimada señora, alzó la voz la Directora, disculpe que le pregunte esto, pero ¿cómo es la relación que llevan ustedes los padres con el niño?

La madre de Arturo respondió instantáneamente, como empujada por un instinto de leona herida.

- Bien, dijo, normal, como toda familia.

- Bueno, pues, el examen de su hijo no me dice eso. Mire nomás.

Las vacas de carbón y los pollitos pintados de negro se abalanzaron a los ojos de la madre que regresó a ver a Arturo con una interrogante en las cejas.

- Lo que esta hoja me dice a mi y a la psicóloga de esta institución, es que su hijo tiene problemas serios, que si no son corregidos a tiempo, le darán serios problemas en el futuro. De hecho no descarto problemas con el alcohol, hurto e incluso dependencia a sustancias ilegales.

La madre sintió una patada en el orgullo, en el apellido, en toda la familia.

- Me disculpa señorita Directora, dijo la madre, pero no creo que sea para tanto, no se, quizás… Arturito, mijo, porqué le pintó así a los animalitos, así, negros, mijito?

Arturo Félix no dijo nada. La madre lo sacudió del brazo, nada, el silencio olió a alfombra de cuarto de Dirección de Escuela fiscal.

La Directora sonrió. Ve lo que le digo señora, su hijo tiene serios problemas de comunicación y de adaptación a su entorno, y no le digo yo, lo dice la psicóloga de la Institución. Por el bien de nuestros niños y de su hijo, me duele decirle que Arturo no puede ingresar a esta prestigiosa institución.

La madre agradeció la atención. Tomó a Arturo de la mano y salieron juntos a la calle de la Escuela. Miró a su hijo. Arturo miró a su madre. No se dijeron nada en el bus ni en las tres cuadras que caminaros desde la parada hasta la casa.

Cuando llegaron, la madre le dijo a Arturo que se lave las manos, que ya le calentaba la comida.

Arturo se sentó en la mesa y miró la sopa. Una sopa de chorizo con arroz que le producía vómito. Poco a poco, cuando su madre no lo veía, se guardó los dos pedazos de chorizo rojizo en el bolsillo, y tragó la sopa con dolor.

1 comentario:

Unknown dijo...

Bueno en verdad, buenas fotos, buenos post. Intercambiamos liks que onda??